La Cancha: Sporting Cristal 3 – Alianza Lima 2

Era inevitable. La pelota estaba a punto de cruzar la linea y no había nada ni nadie que impediría que se anote el gol. El grito nació, entonces, atronador. Todo aquel que llevaba vestido una camiseta celeste empezó a gritar al cielo limeño su alegría. Maxi la vio apenas con el rabillo del ojo, verificó que el tanto era ineludible y se echó a correr. Su propio grito nació cuando el la gente ya vibraba en todo el país y los fotógrafos le abrieron paso rumbo a la explanada y a la tribuna popular, rumbo a su gente que saltaba y gritaba. Su camiseta, mojada, fue muy pequeña para albergar el peso de su corazón y la fuerza de su grito y se la tuvo que sacar para, revoleandola al viento, transformar gota a gota su sudor en la alegría de una Raza. Corrió y corrió y su carrera terminó metros más allá, fundiéndose en un abrazo conmovedor con sus compañeros. Si es que la Raza Celeste tiene un punto neurálgico, ese estuvo ayer ubicado al pie de la tribuna norte del Nacional donde todo lo que es ser cervecero se fundió en un grito y se hizo sinónimo de alegría, de euforia, de total y completa emotividad.

El de ayer fue de esos triunfos que se quedan en el alma a diferencia de otros cuya alegría, igual de sincera, resulta pasajera. Es como esas lluvias fuertes y constantes que humedecen el suelo hasta la profundidad y que se diferencian de aquellas fugaces y violentas que sólo mojan la superficie. La alegría de este triunfo anida en el corazón del hincha cervecero y durará mucho tiempo, inundándolo de alegría y gozo mientras recuerde cada una de las postales benditas que coleccionamos en 90 minutos.

Cristal hizo lo que debía hacer. Hizo lo que el campeonato exigía, lo que la hinchada pedía y lo que su historia mandaba. Sí, su historia, nuestra historia, nuestra camiseta, nuestra mística. Un club de fútbol que suma 16 títulos en sólo 58 años es un club cuyo carácter se ha forjado a punta de disputar y ganar partidos definitorios. Cristal tiene experiencia en definir torneos a su favor. El hincha de Cristal sabe lo que es gozar de títulos y jornadas felices. Por eso ayer la hinchada pedía una nueva jornada feliz pero era nuestra camiseta, el celeste del cielo que tantos pechos ganadores supieron llevar, ese celeste bendito era el que mandaba definir. Porque nos jugábamos las posibilidades de título y eso, en Cristal, no se negocia.

Carácter, entonces. Carácter para vivir finales y definiciones con tranquilidad y con confianza. Pero, a diferencia de otros sitios donde se aplauden las cosas hechas de cualquier manera, en Cristal hacemos las cosas bien. No se puede ser Cristal si no intentas hacer las cosas bien. Ganar, sí, pero ganar jugando bien. Campeonar, sí, pero campeonar respetando la identidad y el estilo. Eso es Cristal. Eso es lo que nos hace diferentes, mejores, ejemplo. Y es por eso que a Cristal le basta con ser Cristal para salir airoso de estos trances. Y eso fue lo que se hizo ayer. Cristal jugó a ser Cristal. Un equipo con mucho sacrificio y que jugó al fútbol con mucho criterio. Se tuvo el balón y por largos momentos se superó al rival. Cristal ganó, sí, pero sin renunciar a su identidad: al buen trato del balón, a la vocación ofensiva, al juego correcto.

Y se ganó con esfuerzo porque el rival ha sido el más complicado de los últimos partidos. Y fue complicado porque se propuso serlo. Por que quiso jugar a presionarnos y nos presionó, pero adelante se mostró huérfano de ideas y capacidades. Para poder enfrentarnos, Alianza Lima tuvo que renunciar a ser Alianza Lima. No es novedad, hace tiempo que lo viene haciendo aunque nunca de manera tan desfachatada como en esta temporada. Rechazó lo que lo identificada y abrazó – en su desesperación por sumar algún triunfo luego de siete años sin logros – el juego rácano y absurdo que aplauden los de su rival. Jugábamos contra Alianza y los jugadores, a pesar de la camiseta que vestían, no tenían reparo en reducir su juego al puntazo a la tribuna y al pelotazo afortunado. Si hasta por momentos parecía que, por juego, más que contra Alianza, jugábamos contra Universitario. ¿Tanta desesperación puede acumularse al punto que renuncies a ser lo que eres? Me imagino que sí, aunque sólo en parte. Porque el rival tiene también el peso de su propia historia y que este año se volvió a hacer realidad de la mano de Sporting Cristal. Cristal que hizo lo que su historia mandaba y lo hizo abrazando su identidad frente a un rival que renunció al juego que lo identifica en su desesperación por escapar de sus fantasmas históricos, y no lo logró.

Cuando Santibañez pidió la pelota y pitó el final del encuentro, Edinson Chávez cayó de rodillas y lloró su emoción. Las horas previas habían sido difíciles. Él se había prometido consolidarse, se había prometido responderle a Daniel Ahmed por la confianza que le dio. Por eso su emoción de hombre brotó mientras escuchaba los cantos de alegría y agradecimiento que bajaban de la tribuna para reconocer su esfuerzo y el de sus compañeros. Al mismo tiempo, camino al vestuario, Jorge Cazulo caminaba con la cabeza en alto, con la seguridad que tienen aquellos que saben que lograron sus objetivos dejando todo. Los abrazos y los gritos lo rodearon y el cariño de la gente, de su gente, lo envolvió como cada partido. Cazulo entró al camerino y ante una pregunta peregrina que cuestionaba sobre la posibilidad de campeonato, él respondió que aún faltan dos partidos.

Cristal puede ser campeón. En un año difícil, en un año impensado, con el gran trabajo de todos. Pero aún faltan dos partidos. El equipo no va a dejar de luchar. La gente no debe dejar de apoyar. Nos veremos, entonces, el domingo, en el Gallardo.

Que lindo es ser cervecero.