Poncio PiVARtos

Poncio Pilatos caminando por el jirón Huatica en una noche de falso invierno limeño.

El empate de Sporting Cristal el sábado dejó algunas cosas a pesar de ser un 0 a 0 irrelevante que nadie recordará. Por ejemplo, el final del partido. En contra de la versión que la maquinaria de humo quiere hacer quedar, dato mata relato. Y el dato acá es que, lejos de hacer tiempo y buscar el fin del encuentro, en los últimos minutos, Sporting Cristal encimó al local quien, desesperado, no veía las horas de que Joel Alarcón pite el final del partido. Y Joel Alarcón pitó.

El silbato de Alarcón no sólo llevó calma a las tribunas del local sino también a él mismo y a sus compañeros del VAR quienes no encontraron mejor opción que disimular e irse silbando bajito antes de verse obligados a tener que hacer su trabajo y sancionar el penal que, escasos segundos antes, Zambrano cometió contra Ignacio. En pleno tiro libre, el balón surcaba el aire buscando a Washington Corozo y, en ese momento, la fatalidad.

Fue evidente. La transmisión por TV pensó que iba a transmitir una jugada inocua y, en cambio, pasó en primerísimo plano la imagen del penal que fue resaltado por la voz de la comentarista. No había cómo «desver» lo visto. La situación era tan contundente que Alarcón debió pitar la falta. Pero dudó. Escuchó a sus compañeros del VAR, posiblemente, comentandole cómo un partido que ellos pensaban que habían logrado zafar sin problemas, se les acababa de complicar. En qué problema los había metido Carlos Zambrano. ¿Cómo les iba a cobrar un penal a los locales en el último minuto, con todo lo que han gastado? ¿Cuánto gastaron, por ejemplo, en los foquitos rojos que terminaron haciendo un genial homenaje, en pleno corazón de La Victoria, al desaparecido jirón Huatica donde, en «La Ciudad y Los Perros», el cadete caminó buscando, entre focos rojos, a la «Pies Dorados»? La tienda de luminarias aún no les ha girado la factura y ahora había que cobrarles un penal en contra en el minuto 94. ¿Por qué, Carlos, tuviste que jalar de la cabeza a Ignacio? ¿No viste que la pelota se iba alta? ¿No podías, por alguna vez en tu vida, marcar sin tener que hacer falta?

Pero Alarcón demostró que tenía recursos. Le dieron este partido, que se suponía que iba a estar picante, para que lo lleve en paz. Yo me encargo, debió decir. Voy a manejarlo y van a ver que no habrá problemas. Y así lo hizo. Conversó con todos y con ninguno, amonestó a los jugadores en parejas. Uno tuyo y otro de él. Nadie se molestó. Dejó patear y dejó pasar. Entonces, cuando alguien le debió comentar en los audífonos que Zambrano derribó a Ignacio en el área asiendolo de la camiseta y la cabeza y que todo el Perú lo había visto, Alarcón decidió que no iba a haber trabajado en balde. Le costó mucho, no tanto como al local sus foquitos rojos de bulín, pero sí bastante para que el partido termine sin ninguna jugada de las que se llaman «polémicas». Ya había zanjado, muy a su pesar, con amarilla y sin cobrar falta un codazo que habían propinado a un jugador cervecero antes del tiro libre. Se había esforzado mucho y no le iban a echar a perder un partido al minuto final. ¿Quién se ha creído ese tal Zambrano para venir a complicarle un partido?

Entonces, cuando los jugadores de Cristal se le acercaron, cuando la comentarista alertó a todo el país, cuando en el audífono le comentaron que había que revisar una jugada por posible penal, Alarcón miró el reloj y agradeció. «Ni tonto que fuera», dicen que murmuró, y pitó el final del partido. Listo, el problema ya no era suyo. Se lavó las manos. Es mejor que digan aquí corrió que aquí quedó. No vaya a atreverse nadie a decir, mañana más tarde, que él hizo su trabajo de manera correcta. Sería inadmisible. Nadie en la CONAR le volvería a hablar. Te pusimos para que saques el partido en paz, le dirían, no para que arbitres bien y haciendo lo correcto, sería el reclamo.

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